Una de las confusiones más comunes que cometemos al analizar las ejecuciones deportivas en Canoe Slalom tiene que ver con la forma en que evaluamos lo que vemos. Desde la perspectiva técnico-táctica, no siempre sabemos distinguir entre lo que es difícil y lo que es complejo. Y esta confusión no es menor, porque afecta directamente a cómo valoramos las ejecuciones, cómo entrenamos y cómo enseñamos a nuestros deportistas a comprender el deporte.
En mi club, lo veo a menudo con los palistas más jóvenes. Se emocionan con bajadas que, a primera vista, parecen espectaculares: maniobras arriesgadas, rotaciones extremas, decisiones agresivas. Y sí, son ejecuciones difíciles. Pero eso no significa que sean complejas. Muchas veces, ese tipo de navegación no responde a un pensamiento técnico profundo, sino más bien a una forma instintiva y algo caótica de enfrentarse al recorrido. En cambio, otras bajadas que se parecen “fáciles” o incluso poco vistosas a simple vista, esconden una inteligencia técnico-táctica brillante. Y esas suelen pasar desapercibidas.
Aquí está el verdadero reto: aprender a ver lo que no se ve. Cuando un deportista se mueve por el canal de forma fluida, sin aparentes sobresaltos, sin grandes gestos ni maniobras llamativas, hay que hacerse una pregunta clave: ¿qué ha hecho para que todo parezca tan sencillo? La respuesta casi siempre nos lleva a lo mismo: detrás de esa tranquilidad visual hay una comprensión profunda del deporte, una capacidad de anticipación muy desarrollada y una ejecución llena de intención. Esa es la verdadera complejidad: integrar los elementos de forma coherente, alinearlos con el entorno, generar sinergias en lugar de conflictos.
Por el contrario, cuando vemos una bajada atropellada, tensa, llena de correcciones o con maniobras que buscan solucionar problemas sobre la marcha, lo que probablemente estemos presenciando es el resultado de un enfoque simple del deporte. No porque sea fácil —de hecho, suele ser mucho más difícil sostener ese tipo de navegación—, sino porque no hay detrás una estructura conceptual sólida. Faltan principios, faltan conexiones y, sobre todo, falta claridad.
Es aquí donde el papel del entrenador se vuelve esencial. Nuestra tarea no es solo mejorar gestos o proponer ejercicios. Tenemos que ser capaces de desvelar lo que hay debajo de cada ejecución: de ayudar al deportista a construir una mirada más fina, más analítica, más consciente. Y para eso, lo primero que debemos hacer es aprender a mirar distinto nosotros mismos.
Dejar de preguntarnos solo “¿cuánto le ha costado hacerlo?” y empezar a preguntarnos “¿cómo ha pensado lo que ha hecho?”. ¿Qué principios ha puesto en juego? ¿Cómo los ha combinado? ¿Qué decisiones ha tomado y por qué? ¿Qué errores ha evitado y de qué manera? Estas preguntas no solo afinan nuestra mirada, también afinan la del deportista. Y eso, con el tiempo, crea palistas más estables, más eficaces y mucho más inteligentes en el agua.
Como entrenadores, tenemos que limpiar el ruido. Centrar la atención del deportista en lo que importa, en lo que está bien conectado, en lo que le va a permitir navegar con iniciativa y no a la defensiva. Porque cuando un palista comprende bien el deporte, empieza a tomar decisiones antes de que los problemas aparezcan. Se adelanta, se adapta y, sobre todo, disfruta del control.
Mira con otros ojos. No te quedes en lo que parece difícil. Pregúntate qué hay detrás. La complejidad, cuando está bien resuelta, se ve fácil. Y ahí está la verdadera maestría.