Se acerca la primera Copa del Mundo de Canoe Slalom y, como cada año, aparece esa sensación familiar y desconcertante: la impresión de no estar del todo preparado. Cuesta romper el hielo de la temporada internacional. Se mezclan las expectativas, los miedos, las comparaciones. Pero hay algo que me gustaría subrayar desde el inicio: la confianza no debería fluctuar con eso.
La verdadera confianza es independiente. No debería aumentar o disminuir en función de cómo creemos llegar, ni estar sujeta a lo que sentimos que nos falta. Porque la competición no se enfrenta con lo ideal, sino con lo real. Se compite con lo que se tiene: el cuerpo de hoy, el estado mental del ahora, el trabajo acumulado hasta este momento. La confianza no nace de una imagen perfecta de uno mismo, sino de la disposición a aceptar lo que somos —hoy— con lucidez, humildad y compromiso.
Entender la competición significa aprender a no alimentar el abismo. Y como escribía en la Pincelada 14, el abismo se abre cuando el presente queda reducido a una sombra de lo que aún no somos. Si medimos todo desde la falta, desde el “todavía no”, solo veremos distancia y carencia. Pero si miramos con apertura lo que sí está, lo que sí somos, lo que sí podemos hacer aquí y ahora, entonces la confianza florece desde otro lugar: desde la realidad.
En este breve texto me gustaría animar a los atletas y recordarles algo que repito con frecuencia: el potencial no sirve en competición (puedes leer sobre esto en la Pincelada 3). Tu potencial es una idea, una historia interna que promete algo que no ha sucedido o que sucedió en el pasado. Pero la única verdad tangible es lo que has hecho, lo que haces. En cuanto terminas tu manga, ya no hay potencial, hay ejecución. Y esa ejecución es la única posible, dadas tus condiciones físicas, técnicas, mentales, dadas las respuestas reflejas que tu cuerpo ha tenido frente al agua, al circuito, a la presión del momento.
Cada gesto fue inevitable. Cada decisión, una consecuencia de lo que eras en ese preciso segundo. No podía ser de otro modo, porque no competimos con lo que aspiramos ser, sino con lo que somos.
Por eso, entrenar la mente no significa repetir mantras vacíos ni convencerse de que “todo va a salir bien”. Tampoco se trata de fe ciega en una victoria. El trabajo mental consiste en reconocer lo que tienes ahora mismo entre las manos y confiar en que eso basta para rendir bien. Aunque no sientas que todo esté perfecto, aunque tengas dudas. Porque la mejor ejecución no es la soñada, es la posible.
Y ahí, en esa aceptación, nace la concentración verdadera. Una concentración sin miedo, sin excusas, sin ansiedad. La confianza no se basa en el control absoluto. Se basa en abrazar la realidad sin disfrazarla.
Así que cuando llegue el momento de sentarte en la salida, no pienses en lo que podrías haber sido. Piensa en esto: “Esto es lo que soy hoy. Y con esto compito.”
Eso basta. Más que suficiente.
Y si aún y con eso sientes vértigo, inseguridad o ganas de algo más… mírate un segundo con ternura. Mírate como mirarías a un amigo al que quieres. Acompáñate en ese lugar difícil con la misma compasión con la que querrías que alguien te acompañara. Porque también de eso se trata competir: de no dejarte solo cuando más te necesitas.