«Si tu signo es arder, arde con todo
Tu camisa, tu patio, tu salud
Si tú debes arder de cualquier modo
Arde bien, con virtud»Verbos en juego — Silvio Rodriguez, 1989
En La genealogía de la moral, Friedrich Nietzsche expone una tesis provocadora: la moral dominante en nuestra sociedad no surge de la fuerza, sino del resentimiento. Según el filósofo, la humanidad se divide simbólicamente entre los virtuosos, individuos que actúan desde su potencia vital, sin más norma que su propia fuerza, y los resentidos, aquellos que, al no poder afirmar su poder, se refugian en una moral que invierte los valores y convierte su debilidad en virtud.
No me interesa aquí desarrollar en detalle la dualidad nietzscheana, sino detenerme en un fenómeno que me resulta familiar dentro del deporte de alto rendimiento: la aparición del resentimiento como combustible emocional en la trayectoria del atleta.
La vida competitiva está plagada de obstáculos: triunfos y fracasos, decisiones injustas, exclusiones, lesiones, favoritismos, silencios. Todo ello, si no se digiere con madurez, puede dar lugar a una forma de carácter marcada por el rencor, la comparación constante y un intento de superioridad moral que disfraza la frustración, muy cercana a lo que Nietzsche llamaría una “moral de esclavo”.
Siete rasgos del deportista resentido (a la manera de Nietzsche)
- Reactividad
El deportista no actúa desde una intención clara, sino en respuesta a lo que otros hacen o deciden. Su motivación se basa en demostrar algo a alguien. - Negación de la vida
Lo que no alcanza —una clasificación, una medalla, una atención— lo desvaloriza: “eso no tiene importancia”, “no lo quería tanto”. Detrás hay frustración no asumida. - Inversión de valores
Se enaltece el papel del invisible, del que “resiste”, mientras se desacredita al exitoso como alguien frío, falso o favorecido. El resentido se eleva simbólicamente sobre el otro no por lo que logra, sino por lo que sufre, y convierte esa herida en bandera moral. Así transforma la impotencia en mérito y la derrota en virtud. - Auto victimización
El deportista se percibe a sí mismo como tratado injustamente. Toda situación se interpreta como una nueva confirmación de que el sistema está en su contra. - Rencor persistente
Vive desde la memoria del agravio: aquel entrenador que no lo eligió, ese rival que “no lo merecía”, ese resultado que aún duele. El pasado condiciona el presente. - Impotencia creativa
En lugar de explorar nuevas formas de mejorar, busca culpables. La energía que podría ir a la creación se consume en la crítica o la descalificación. - Moral esclava
Entrena desde el deber, no desde el deseo. Cumple, obedece, pero sin alegría ni afirmación. Su brújula es el miedo a fallar, no la pasión por crecer.
El deporte de alto nivel exige lidiar con la adversidad. Pero el modo en que un atleta se enfrenta a la frustración define su ética interior. El resentimiento puede ser un motor momentáneo, pero no es un buen compañero de viaje: desgasta, encierra y separa al deportista de su potencia creadora. En cambio, actuar desde la afirmación —incluso en la dificultad— permite transitar el deporte con mayor libertad, con alegría en el esfuerzo y sin necesidad de justificar cada paso con un enemigo imaginario.