A este nuevo artículo le ha costado ver la luz, básicamente porque he pasado el último mes en China y ademas he dedicado el 98% de mi tiempo libre a dar por acabada la aplicación que estoy desarrollando para la gestión de entrenamientos en Canoe Slalom. Dicho esto, empiezo.
La ausencia de preocupación es una definición negativa del estado mental óptimo para un deportista que quiera rendir al máximo nivel deportivo. Así es como resuenan en mi recuerdo las palabras de Josean Arruza, mi referente en lo que se refiere al trabajo por la mejora la gestión mental en competición, cuando nos hablaba sobre la estrategia para mejorarla.
Esta frase, aparentemente sencilla, encerraba un concepto de importancia para comprender los mecanismos psicológicos que operan en el rendimiento de élite. Su análisis revela una vía para reflexionar sobre cómo pensamos la concentración, la atención y el control emocional en contextos de máxima exigencia. Por cierto, la expresión “definición negativa” (esa que tanto me gusta utilizar porque es la manera en que mi cabeza simplifica los problemas complejos que tiene que abordar) alude a una estrategia conceptual que consiste en describir un fenómeno por lo que no es. En este caso, el estado mental deseado se define no por la presencia de algo (euforia, motivación, confianza), sino por la ausencia de un obstáculo: la preocupación.
¿Por qué hablar de ausencia y no de presencia?
En psicología del rendimiento, una constante tentación ha sido asociar los estados óptimos con atributos positivos: estar concentrado, sentirse seguro, motivado, confiado. Pero estas características pueden fluctuar rápidamente en competición. Lo que esta frase propone —de forma indirecta— es una redefinición más estable y realista: no es necesario sentirse especialmente bien para rendir, pero sí es imprescindible no estar preocupado.
La preocupación introduce ruido en nuestras cabezas, genera dudas, anticipaciones negativas, distracciones. En términos del psicólogo Daniel Kahneman (otro autor a quien tanto me gusta citar), puede decirse que la preocupación pone en marcha el Sistema 2, el pensamiento lento, analítico y costoso, en un momento en que lo que se requiere es el funcionamiento fluido del Sistema 1: intuitivo, rápido, automático, experto.
Un deportista que ha entrenado durante años ciertas habilidades técnicas debe poder ejecutarlas sin interferencias conscientes. El alto rendimiento ocurre cuando el cuerpo “sabe” sin que la mente interfiera. La preocupación rompe esta autonomía del cuerpo y reintroduce un control que, paradójicamente, sabotea el rendimiento.
La ausencia de preocupación no significa indiferencia. Implica un estado de confianza silenciosa, donde no hay necesidad de controlar, revisar ni corregir cada acción. Es la capacidad de estar presente, sin juicio, sin expectativas.
Esta formulación negativa —“ausencia de preocupación”— ofrece una ventaja práctica para entrenadores y deportistas: permite desarrollar intervenciones que no persiguen un estado ideal emocional, sino simplemente la neutralización de interferencias mentales. Entrenar la no-preocupación es más accesible que fabricar artificialmente la motivación o la autoconfianza.
De hecho, muchos deportistas encuentran su mejor versión no cuando se sienten mejor, sino cuando dejan de pensar en cómo se sienten. En esos momentos, la mente no está ocupada en sí misma: está despejada, libre para que el cuerpo actúe con eficacia.
Tal y como lo hacíamos con Arruza, planificar tareas como si fueran hitos a lo largo del camino final hacia la línea de salida es la mejor manera de mantener el pensamiento alineado, fomentando la presencia mental en lo simple, lo sencillo y lo próximo.


