Durante mi etapa como (mal) estudiante de filosofía, me vi fascinado durante un tiempo por las ideas que recorrían Europa a finales del siglo XIX y principios del XX. Si lo analizamos con detenimiento, el desarrollo de aquella Europa tiene paralelismos con el de los países emergentes actuales. En ambos contextos, los cambios sociales e industriales se presentan de forma tan vertiginosa que son difíciles de asimilar para las personas comunes, quienes apenas disponen de una vida para intentar nombrar y entender las transformaciones que alteran su entorno. Es lo que Émile Durkheim denominó “anomia”, una incapacidad para conceptualizar y estructurar mentalmente los profundos cambios que experimenta la sociedad. [Saber más]
En medio de aquel torbellino de movimientos sociales, intelectuales y artísticos, surgió una vanguardia que ha influido en mi forma de concebir los textos que llenarán este espacio: el puntillismo. [Saber más]

El principio esencial del puntillismo radica en la creación de obras a través de pequeñas pinceladas uniformes, aparentemente inconexas, que juntas conforman un todo. Una obra que, al ser contemplada desde la distancia adecuada, cobra vida y sentido.
Mi aprendizaje como un lienzo
Para mí, aprender no ha sido un flujo constante y ordenado de información útil. Más bien, los aprendizajes han llegado en forma de destellos inesperados, provocados por experiencias y datos que, en su momento, ni siquiera sabía que había recogido.
Cada uno de esos destellos, con el tiempo, ha ocupado su lugar, como si fuera una pincelada breve e individual. Una idea, un concepto, una relación entre ideas. Así, al ir colocando cada pincelada en su sitio, poco a poco, se ha ido formando una obra que da sentido a aquello que antes parecía caótico o carente de forma.
Sin embargo, hay una diferencia crucial entre el puntillismo y la vida. En la pintura, el autor crea deliberadamente cada pincelada, decidiendo dónde colocarla para construir algo concreto. En la vida, las pinceladas aparecen de forma súbita, fruto de nuestra realidad cotidiana, y nos corresponde a nosotros, como intérpretes, darles sentido y conectarlas con las demás pinceladas de nuestro lienzo. El pintor crea; nosotros, interpretamos. Así que el puntillismo que declaro está en modo inverso.
¿Y ahora qué?
Ahora quiero ofrecer mis pinceladas a quienes tengan lienzo disponible.
Tal vez algunos tengan un lienzo en blanco, listo para recibir nuevas pinceladas y formar una obra desde cero. Otros quizás posean un lienzo ya muy ocupado, donde ciertas pinceladas no encajen con su paleta de colores o requieran borrar trazos previos para hacer espacio. Y habrá quienes ya tengan su cuadro trazado y solo busquen validar o cuestionar el tono, la forma o el color de sus pinceladas actuales. Lo importante es que siempre quede un espacio en el lienzo, no darlo por agotado.
Sea cual sea el caso, todas estas maneras de recibir mis aportes me resultan valiosas.
Reflexión para los entrenadores
Para los entrenadores, la construcción de una visión global de su deporte, la competición y el entrenamiento es siempre un proceso provisional. No tiene un punto final ni en cantidad ni en cualidad, porque asumir lo contrario sería sinónimo de decadencia.

Así pues, estas breves pinceladas no son más que una invitación a reflexionar, interpretar y seguir pintando. Porque, al final, el verdadero arte no está en la perfección del cuadro, sino en el acto de darle sentido a cada pincelada que aparece en nuestra vida.
La siguiente pincelada tratará sobre entrenadores, conocimiento y maestría.
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