Soy uno de los afortunados que ha conocido y trabajado durante años con Josean Arruza, Catedrático de Psicología en la Universidad del País Vasco. Juntos hemos ayudado a los piragüistas de nuestro grupo de trabajo a mejorar su rendimiento y darle consistencia en la competición. Entre reuniones y cafés en el bar Picachilla de Donostia, fui profundizando en uno de los pilares de su enfoque: el trabajo del psicólogo y Premio Nobel de Economía, Daniel Kahneman.

Como miembro del Equipo Nacional, también he tenido la suerte de asistir durante años a innumerables reuniones en las que hemos tratado de diseñar los mejores itinerarios para el futuro del alto nivel en nuestro querido deporte.
En estas reuniones, donde las proyecciones de futuro fluyen y todo parece posible, siempre aparece alguien que, en un instante, lo pone todo patas arriba y siembra la duda en lo que parecía un camino triunfal hacia nuestras metas. En ese momento, esa persona es odiada, especialmente por quien debe presentar el plan a los superiores. Todo encajaba… hasta que dejó de hacerlo.
Kahneman explica que solemos percibir y procesar la información bajo el influjo de un optimismo excesivo, lo que condiciona nuestras decisiones y planificaciones. En el ámbito deportivo, los equipos diseñan sus propios objetivos, que deben ser presentados a instancias superiores. Por supuesto, cuanto más ambiciosos son, más atractivos resultan.
Según Kahneman, quienes elaboran estos proyectos siguen una lógica interna en la que cada paso lleva al siguiente sin obstáculos. He estado en reuniones donde esta lógica se convierte en un festín de hitos intermedios exitosos, sin ninguna traba. Sin embargo, no solemos tener en cuenta todas las restricciones que pueden afectar al proceso, y menos aún cómo pueden combinarse entre sí. A esto, Kahneman lo llama la “visión interna”.
Aquí es donde entra en juego el “pesimista”, que, en realidad, es un optimista más preciso. Este adopta lo que Kahneman denomina “visión externa”: en lugar de seguir la lógica interna del proyecto, la deja de lado y analiza datos de situaciones similares del pasado. Así, las proyecciones se vuelven más precisas (aunque aún optimistas) y los errores de cálculo se reducen.
En su libro La falsa ilusión del éxito, Kahneman nos enseña que, como norma, debemos moderar nuestro optimismo. Solo así evitaremos fracasos innecesarios y podremos enfocar nuestros esfuerzos en lo que realmente importa.