No nos engañemos: en el Canoe Slalom, lo que haces es crucial, pero lo que no haces también lo es. En nuestro deporte, la inacción no es una falta de respuesta, sino una herramienta más dentro del repertorio táctico. Saber cuándo no intervenir puede marcar la diferencia entre el éxito y el fracaso.
En mi última entrada hablé sobre Daniel Kahneman y cómo ciertos sesgos cognitivos afectan nuestras decisiones en los equipos y organizaciones. Hoy quiero profundizar en uno que impacta directamente la gestión del entrenamiento y la competición: el sesgo de acción.

En el Slalom, entrenamos para que nuestras acciones sean lo más automáticas posible. El objetivo es evitar depender de procesos conscientes que nos harían perder un tiempo valioso en plena competición. No podemos darnos el lujo de detenernos a analizar cada situación como si estuviéramos tomando apuntes o resolviendo ecuaciones en una libreta.
Sin embargo, no basta con automatizar movimientos. También buscamos desarrollar una percepción fina del entorno, una sensibilidad que nos permita recibir múltiples estímulos y responder instantáneamente a cada uno de ellos.
Aquí es donde muchos atletas — y entrenadores — malinterpretan el concepto de respuesta instantánea. Porque responder no significa siempre actuar. En Canoe Slalom, la clave está en la gestión inteligente de los estímulos. Y gestionar no implica necesariamente intervenir en cada uno de ellos; a veces, la mejor decisión es la inacción, la espera, la escucha.
El sesgo de acción y la “inacción táctica”
El sesgo de acción nos impulsa instintivamente a hacer algo en lugar de quedarnos quietos. En los entrenamientos, pensamos y analizamos para que, el día de la competición, esas decisiones ya estén resueltas y podamos actuar sin dudar. Pero hay una variante clave dentro de esta preparación: la “inacción táctica”.
Aquí es donde entra en juego el eterno dilema entre nuestra naturaleza primitiva y nuestra evolución como seres racionales. En competición, enfrentamos dos caminos:
1. Forzar la acción en todo momento, interviniendo compulsivamente en cada mínimo cambio del agua, lo que genera estrés, fatiga y tensión muscular. Esto lleva a un estado mental sobrecargado e incapaz de procesar todos los datos.
2. Esperar el momento preciso, confiando en que la fluidez del agua nos brindará oportunidades naturales para intervenir con el menor esfuerzo y la máxima eficiencia. En este escenario, nuestra mente y el agua parecen fundirse en una sola entidad.
El segundo camino es el arte del Canoe Slalom en su máxima expresión: actuar menos, pero mejor. Quien domina la inacción táctica no solo ahorra energía, sino que convierte cada movimiento en una decisión óptima, alineada con la dinámica del agua y del recorrido.
Por eso, el verdadero reto no es solo entrenar la acción, sino también entrenar la capacidad de no actuar cuando no es necesario. La clave del éxito no está en hacer más, sino en hacer lo justo en el momento preciso.