El lector pensará que soy un poco pesado con mis referencias a Jean-Paul Sartre. La verdad es que hay cosas en sus razonamientos que me gustan mucho. Hablaba sobre Sartre en este artículo donde trataba de expresar la idea de que en Canoe Slalom el rendimiento potencial no existe, sino que -deportivamente, somos lo que somos en competición.
Volviendo a lo que hoy nos ocupa, hay algo que rara vez se dice, pero que define con brutal honestidad la vida de un deportista de élite: vivimos pensando en lo que falta.
No en lo que hay. No en lo que hemos logrado. Sino en lo que todavía no es.
Y eso —aunque no lo parezca— es profundamente filosófico. Jean-Paul Sartre lo explicó con una frase que puede parecer abstracta, pero que en este contexto suena muy real: el ser humano es lo que no es y no es lo que es. ¿Qué significa eso? Que nuestra identidad no se agota en lo que somos ahora, sino que se construye en función de lo que aspiramos a ser.
Vivimos proyectados hacia delante, hacia una versión futura de nosotros mismos que aún no existe. Y eso, inevitablemente, genera angustia.
El deportista de alto rendimiento, más que nadie, encarna esta estructura. Cada día se levanta sabiendo que debe mejorar, que lo hecho ayer no basta, que hay un nuevo umbral por alcanzar. Esa es la esencia del alto rendimiento: estar siempre en falta con uno mismo. No hay descanso identitario. No puedes decir “ya soy esto”. Porque el deporte, como la existencia, es movimiento, superación, falta.
Pero esto tiene un coste.
Porque vivir centrado en lo que no se es —en la distancia entre uno mismo y su meta— genera ansiedad. Frustración. Sensación de insuficiencia. A veces incluso despersonalización: te pierdes en lo que falta y olvidas lo que ya es. Te desconectas de tu propio progreso, incapaz de ver cuánto has cambiado porque siempre estás mirando lo que aún no has alcanzado.
Y aquí viene lo importante: esa angustia es normal. Forma parte de esta forma de vida. No es un síntoma de debilidad, sino la cara existencial del deseo, del compromiso con una meta que nunca se agota. Reconocerla no te hace menos fuerte; al contrario, te hace más humano.
Quizá, de vez en cuando, conviene dejar de mirar hacia adelante para mirar un poco atrás. No para conformarse, sino para darse cuenta de que ese “yo en falta” también ha recorrido un camino. Y que esa falta, esa tensión, no es un defecto, sino la condición misma de la libertad. La posibilidad de elegirse, cada día, a pesar de todo.
Abrazad esa angustia, porque es vuestra libertad. ¡Viva vuestra libertad!